Expuso que para conseguir estos cambios conviene someter a los alumnos a conflictos que los lleven a reflexionar sobre incoherencias y a hacer inferencias, aplicando el principio de disonancia cognitiva, según lo cual no hacemos lo mismo que lo que decimos.
Apostó por generar contextos en los que estas acciones cambien en contextos de gregarismo, que lleve a los individuos a comportarse de acuerdo con las acciones compartidas por grupos, haciendo entrar en juego, el papel de las emociones. Hizo esta reflexión con la orientación del principio de la psicología del aprendizaje de que el cambio en las acciones conduce a cambios en las personas.
En conclusión, sostuvo que tenemos que lograr el compromiso de las personas a través de acciones que obliguen a explicitar las creencias, repensarse a sí mismos y a reconstruir la propia identidad; porque sólo así se conseguirán los cambios globales que demandan las buenas prácticas ambientales.